Sin más, os saludo.
Los líquidos
serán aquellos elementos en los cuales Bauman encontrará ciertas propiedades
específicas de los mismos que servirán para caracterizar esta nueva fase de la
modernidad que se nos hace presente. Estos líquidos, a diferencia de los
sólidos, no conservan fácilmente su forma, no se fijan al espacio ni se atan al
tiempo. La fluidez, es decir, su extraordinaria
movilidad, es la cualidad esencial que compone a los líquidos. Son estas
propiedades comentadas que resultarán apropiadas para la identificar las
características de esta nueva etapa en la historia de la modernidad.
Sin embargo,
Bauman va decir que muchos podrán vacilar frente a esta metáfora y aducir que
la modernidad fue fluida desde un principio y que desde sus comienzos el
“derretimiento de los sólidos” fue su principal pasatiempo. Esta postura no será
negada por el autor pero vale destacar que la destrucción de los sólidos
premodernos se debía llevar a cabo para construir nuevos y mejores sólidos,
sólidos cuya solidez fuera duradera,
en la que se pudiera confiar y por la que se pudiera volver al mundo predecible
y controlable. En este sentido, fueron la introducción de la racionalidad
instrumental y del rol determinante de la economía los modos en que se vio esta
destrucción de los viejos sólidos. Estas disoluciones condujeron a una
emancipación de la economía de sus ataduras políticas, culturales y éticas
llegando a sentar las bases de un nuevo
orden, definido en términos ecónomicos, y caracterizado por la reproducción
de las relaciones mercantiles, que alcanzó a dominar la totalidad de la vida
humana. A diferencia de esta etapa de la modernidad, que será nominada como
modernidad sólida, la modernidad líquida ya no se ocupa de la edificación de un
orden, ni se establece sobre bases estables y repetitivas, sino que la
disolución de lo sólido se encuentra en su esencia misma.
Nosotros vimos
a través de la lectura de Stone,
estas progresivas transformaciones que acompañaban la vida europea. El fin del orden moral, como lo denominara
Stone, estuvo determinado por la elevación de la dimensión urbana como rasgo
típico de la modernidad. El florecimiento de las metrópolis, ayudado por la
gran depresión de los precios de las materias primas que a su vez también
impulsó el crecimiento de la actividad industrial, fue una nota dominante de la
europa de fines del siglo XIX. Más allá de las particularidades nacionales,
donde por ejemplo Italia, Francia y
Rusia representaban casos en los que la agricultura desempeñaba todavía un
papel muy grande, el desarrollo de la vida urbana iba a ser el espectáculo al
cual, con el transcurso del tiempo, asistiría la mayor parte de Europa. A su
vez, estas transformaciones iban a traer aparejadas nuevas configuraciones
sociales. En un segmento de la lectura que vimos de Elley, el autor aprecia con claridad las conexiones que se fueron estableciendo entre el desarrollo
industrial y la vida cotidiana de los grupos que se vinculaban a éste. A partir
de la ubicación en el lugar de trabajo se fueron echando los cimientos de un
sentido de pertenencia y se fueron forjando determinadas identidades que nacían
de las socializaciones de la vida cotidiana de los individuos. “La vida
cotidiana de los obreros revelaba numerosas solidaridades pequeñas”, sostenía
Elley.
Mi intención
era destacar estos puntos iniciales porque a partir de ellos se podría comprender
de manera más cabal el problema que nos ofrece esta nueva etapa de la
modernidad. En este sentido, Bauman va a sostener que los códigos y conductas que uno podía elegir como puntos de orientación
estables, y por los cuales era posible guiarse, van a escasear cada vez más en
la actualidad. Así como los estamentos fueron disueltos por las fuerzas de la
modernización, también las clases,
concebidas como esos marcos que encuadraban las condiciones y perspectivas
vitales, y que condicionaban los proyectos y estrategias de vida, fueron objeto
de la evaporación constante que nos brinda la modernidad. Por lo tanto, esta
modernidad líquida a la que asistimos se caracterizará, en mi opinión, por las nuevas pautas que orientarán al individuo en
sociedad. Así como los orígenes de la
modernidad fueron de la mano con el nacimiento del individuo, ahora nos
encontramos con un reposicionamiento del individuo, acompañado por nuevas
pautas y nuevos accionares como consecuencia del desmoronamiento de las agencias colectivas. Éste será el gran problema que aquejará al individuo de la modernidad
líquida.
Esto nos
dirige al tema de la emancipación, que es el primer punto que Bauman utiliza
para describir esta etapa histórica que nos atraviesa. Bauman va a decir que la
asignación de roles a los miembros de la sociedad es una marca de origen de la
sociedad moderna, pero este proceso de individualización va asumir
características particulares dentro de la modernidad líquida. Por individualización, Bauman comprende que
ésta consiste en transformar la identidad humana de algo dado en una tarea, y
en hacer responsables a los actores de la realización de esta tarea y de sus
consecuencias. En otras palabras, consiste en establecer una autonomía de jure (haya o no haya sido
establecida también una autonomía de
facto). La modernidad temprana desarraigaba para poder arraigar y la
obligatoria autodeterminación y
autoidentificación se redujo a vivir “fiel a su clase”, de adecuarse a los
tipos sociales de clases emergentes y modelos de conducta, de imitar, de seguir
un patrón. Bauman, en este sentido, sostendrá que la división de clases fue una
consecuencia del acceso desigual a los recursos necesarios para hacer posible
esta autoafirmación. En esta coyuntura,
las personas dotadas con menos recursos, debían compensar su debilidad
individual con el poder de la cantidad. Es así como el accionar colectivo se constituyó en un medio para la autorrealización.
Más allá de esto, la labor dejada a la autoafirmación de la mayoría de los
individuos era la de “encajar” en el nicho que se les había asignado,
comportándose tal y como lo hacían los otros ocupantes.
Esto es
precisamente, va a decir Bauman, lo que diferencia la individualización de
antaño a la forma que ha tomado la individualización de la modernidad líquida.
Ahora no existen espacios donde rearraigarnos, y en cuanto esos lugares son
buscados por los individuos, los mismos van cambiando en cantidad y en
ubicación, lo cual resulta en un arraigo
efímero y volátil que quiebra toda expectativa de un rearraigo definitivo y durable. El resultado de estas cuestiones es
la privatización de la modernidad,
donde la construcción de pautas y responsabilidades del fracaso caen sobre los
hombros del indviduo. Como dirá Bauman, parafraseando a Beck, “el modo en que
uno vive se vuelve una solución biográfica a las contradicciones sistémicas”.
En resumen, lo que se está produciendo es que se ensancha la brecha entre la
individualidad como algo predestinado y la individualidad como capacidad
práctica de autoafirmarse.
Acá entonces
surge la pregunta acerca de porqué no es posible marchar codo a codo, originar una condensación de las
preocupaciones individuales en intereses comunes y dar lugar a una acción
conjunta. Por un lado, esto se responde a partir de la idea de que los
problemas individuales no son aditivos, no se dejan formar en una causa común. “Lo
que uno aprende del contacto con otros es que la única ayuda que nos pueden
brindar es el consejo de cómo sobrevivir en nuestra irredimible soledad, que la vida de todos está
llena de problemas que deben ser combatidos en soledad.” ¿Quizás el auge de los
libros de autoayuda puede ser entendido en esta clave que propone Bauman, no? La
misma denominación que recibe esta literatura lo manifiesta. La solución de las
cuestiones que inquietan al hombre no se encuentra en su medio ni en su
entorno, sino en lo profundo de la
persona, haciendo prescindible toda ayuda del otro.
Este problema
de irremediable soledad nos conduce al
segundo tópico que plantea Bauman y que se refiere al tema de la individualidad. Frente a esta ausencia
de puntos de orientación estables que mencioné anteriormente, tiende a primar
un sentimiento de incertidumbre, no una incertidumbre con respecto a los medios
adecuados para alcanzar un fin predeterminado, sino un sentimiento de incertidumbre con respecto a los fines buscados. La
tarea se encamina, entonces, a elegir entre un abanico infinito de fines y
oportunidades, que una vez alcanzados, se vuelven obsoletos y dan pie para
continuar en búsqueda de nuevos fines. Frente a este mundo repleto de
posibilidades como gran un banquete apetitoso, los invitados al almuerzo se
presentan como consumidores que deben elegir entre las muchas comidas al
alcance. El problema de esto es que una vez digeridas las comidas volverá a
aflorar el sentimiento de incertidumbre que deberá ser consolado con la
búsqueda de certeza en nuevos productos. Esto provocará que la compulsión a comprar se convierta en el
arma frente a la angustiosa existencia incierta e insegura que nos depara la
modernidad. Es una especie de rito de
exorcismo a través del cual nos liberamos de nuestras inquietudes. Algo que no
menciona Bauman en este punto, quizás porque no es un objeto de su incumbencia,
es que la moderna compulsión por el consumo no puede ser separada de las
transformaciones que operan en el seno del capitalismo y que tienen que ver con
la ampliación del mercado y de sus
ámbitos de actuación. Sin un mercado que nos ponga al alcance de nuestra mano
nuevos productos, constantemente regenerados y de los más diversos tipos, esa
compulsión por la compra se vería mitigada.
Siguiendo con
el análisis de Bauman, sus planteos acerca del proceso de individualización y
de la caída de las acciones colectivas nos conducen al tópico de los espacios públicos en la era
moderna. Bauman sostiene que la vida urbana se desenvuelve en una serie de
espacios cuya principal característica
es que no instan a la interacción entre sus congregados, quienes se comportan
individualmente, y en donde no se producen asentamientos, sino solo un paso
temporal y efímero por los mismos. En algunos de estos espacios, como por
ejemplo los shopping, o como los denomina Ritzer “templos de consumo”, se da
una especie de traslado en el espacio, donde se genera la sensación de ser
transportado a otro mundo y donde se da la combinación perfecta entre libertad
y seguridad. Los viajes a estos templos representan un viaje a una anhelada
comunidad que no se encuentra en “el afuera”. Los individuos que acuden a él
conforman aglomeraciones, no totalidades, unidos por la compulsión de comprar,
que se constituye en un fin en sí mismo
Para no
extenderme demasiado, explicaré brevemente los dos puntos que me quedan acerca
del libro. Para entender las transformaciones
que operan en el trabajo podemos remitirnos a las mutaciones que
experimenta el orden capitalista. Como señala Pipitone, a partir de los años
setenta se va dando una decadencia de las actividades industriales que durante
dos siglos fueron consideradas como la materialización del espíritu del
capitalismo. La disminución de los altos rendimientos de las actividades de la
industria con respecto a ciertos sectores de servicios obligó a un decidido
proceso de reajuste y de transformación de la manufactura. De este modo, el
carácter pausado y con cautela de los comportamientos tradicionales deja de ser
garantía de solidez para ser un peligro de rigidez. Así, sostiene Pipitone, la
adaptación al cambio pasa a ser una cuestión de vida o muerte. En tiempos de la
modernidad sólida, sostiene Bauman, la garantía del beneficio se encontraba en
las fábricas fordistas, con sus grandes instalaciones y con sus movimientos
completamente mecanizados y ordenados, en las cuales existía una cadena
invisible que unía a los trabajadores con su lugar de trabajo. La comunión entre capital y trabajo era
necesaria para la supervivencia de la industria. No es extraño, dice Bauman,
que la rearticulación entre los mismos haya sido preocupación del Estado, y
como dice Offe, que el Estado de Bienestar se haya convertido en la fórmula
pacificadora, en un compromiso de clase, que, cabe destacar, más tarde sería la
propia fuente originaria del conflicto de clase. Esta vinculación del
trabajador a un espacio, vinculación duradera (se suponía que el trabajo sería
de por vida), es lo que se desvanece durante la modernidad líquida. Así, el
lugar de trabajo ya no puede ser un ámbito donde autoafirmarse ni fijar
identidades y proyectos de vida. De este
modo, el sentimiento de incertidumbre aparece nuevamente en la vida laboral.
Para
finalizar, Bauman plantea la cuestión de las comunidades de guardarropa, las cuales también se encuadran en la
metáfora de lo sólido/líquido y que tienden a ser volátiles, transitorias y con
un solo propósito. Estas comunidades necesitan un espectáculo que atraiga el
mismo interés de diferentes individuos para reunirlos durante cierto tiempo.
Los espectáculos, como condición de existencia para una comunidad de
guardarropa, no fusionan los intereses individuales en un interés grupal y se
ofrecen como un respiro temporario del tormento de la solitaria lucha
cotidiana.
Concluyendo,
quería plantear el tema de cómo hacer
para resolver las contradicciones que nos plantea la modernidad líquida, si
es que se puede. En este sentido quería retomar la idea de Bauman sobre el
concepto de ciudadanía y plantear su
necesaria recuperación. Como decía Tocqueville el individuo es el enemigo
número uno del ciudadano. El ciudadano es aquel que procurando su bienestar
individual contribuye al bienestar general de la sociedad donde vive. Sería
utópico plantear una sociedad con individuos altruistas únicamente preocupados
por el bien común. Partiendo de esta premisa es que me parece que la necesaria
tarea que nos convoca, para mitigar la brecha entre la libertad de
autoafirmación y los mecanismos que la hacen viable, es la resignificación e involucramiento en el espacio público, como modo
de reedificar las agencias colectivas
perdidas.