miércoles, 16 de abril de 2014

Modernidad y ciudadanía

He aquí un modesto resumen sobre "La modernidad líquida", una de las últimas producciones del repertorio académico de Zygmunt Bauman. El mismo, fue presentado como tema para el examen final de la cátedra Historia Social Contemporánea, razón por la cual podrán encontrar algunos comentarios que, quizás, puedan quedar fuera de contexto. Referencia necesaria para pensar los tiempos actuales, este libro se erige como un faro insoslayable a la hora de iluminar sobre las problemáticas cotidianas que se inscriben en los modos de ser del hombre posmoderno. La última apelación al hombre ciudadano que realiza Bauman me resulta pertinente, así como nos exige una honda reflexión sobre la misma.
Sin más, os saludo.


Los líquidos serán aquellos elementos en los cuales Bauman encontrará ciertas propiedades específicas de los mismos que servirán para caracterizar esta nueva fase de la modernidad que se nos hace presente. Estos líquidos, a diferencia de los sólidos, no conservan fácilmente su forma, no se fijan al espacio ni se atan al tiempo. La fluidez, es decir, su extraordinaria movilidad, es la cualidad esencial que compone a los líquidos. Son estas propiedades comentadas que resultarán apropiadas para la identificar las características de esta nueva etapa en la historia de la modernidad.
Sin embargo, Bauman va decir que muchos podrán vacilar frente a esta metáfora y aducir que la modernidad fue fluida desde un principio y que desde sus comienzos el “derretimiento de los sólidos” fue su principal pasatiempo. Esta postura no será negada por el autor pero vale destacar que la destrucción de los sólidos premodernos se debía llevar a cabo para construir nuevos y mejores sólidos, sólidos cuya solidez fuera duradera, en la que se pudiera confiar y por la que se pudiera volver al mundo predecible y controlable. En este sentido, fueron la introducción de la racionalidad instrumental y del rol determinante de la economía los modos en que se vio esta destrucción de los viejos sólidos. Estas disoluciones condujeron a una emancipación de la economía de sus ataduras políticas, culturales y éticas llegando a sentar las bases de un nuevo orden, definido en términos ecónomicos, y caracterizado por la reproducción de las relaciones mercantiles, que alcanzó a dominar la totalidad de la vida humana. A diferencia de esta etapa de la modernidad, que será nominada como modernidad sólida, la modernidad líquida ya no se ocupa de la edificación de un orden, ni se establece sobre bases estables y repetitivas, sino que la disolución de lo sólido se encuentra en su esencia misma.
Nosotros vimos a través de la lectura de Stone, estas progresivas transformaciones que acompañaban la vida europea. El fin del orden moral, como lo denominara Stone, estuvo determinado por la elevación de la dimensión urbana como rasgo típico de la modernidad. El florecimiento de las metrópolis, ayudado por la gran depresión de los precios de las materias primas que a su vez también impulsó el crecimiento de la actividad industrial, fue una nota dominante de la europa de fines del siglo XIX. Más allá de las particularidades nacionales, donde por ejemplo Italia, Francia  y Rusia representaban casos en los que la agricultura desempeñaba todavía un papel muy grande, el desarrollo de la vida urbana iba a ser el espectáculo al cual, con el transcurso del tiempo, asistiría la mayor parte de Europa. A su vez, estas transformaciones iban a traer aparejadas nuevas configuraciones sociales. En un segmento de la lectura que vimos de Elley, el autor aprecia con claridad las conexiones que se fueron estableciendo entre el desarrollo industrial y la vida cotidiana de los grupos que se vinculaban a éste. A partir de la ubicación en el lugar de trabajo se fueron echando los cimientos de un sentido de pertenencia y se fueron forjando determinadas identidades que nacían de las socializaciones de la vida cotidiana de los individuos. “La vida cotidiana de los obreros revelaba numerosas solidaridades pequeñas”, sostenía Elley.
Mi intención era destacar estos puntos iniciales porque a partir de ellos se podría comprender de manera más cabal el problema que nos ofrece esta nueva etapa de la modernidad. En este sentido, Bauman va a sostener que los códigos y conductas que uno podía elegir como puntos de orientación estables, y por los cuales era posible guiarse, van a escasear cada vez más en la actualidad. Así como los estamentos fueron disueltos por las fuerzas de la modernización, también las clases, concebidas como esos marcos que encuadraban las condiciones y perspectivas vitales, y que condicionaban los proyectos y estrategias de vida, fueron objeto de la evaporación constante que nos brinda la modernidad. Por lo tanto, esta modernidad líquida a la que asistimos se caracterizará, en mi opinión, por las nuevas pautas que orientarán al individuo en sociedad.  Así como los orígenes de la modernidad fueron de la mano con el nacimiento del individuo, ahora nos encontramos con un reposicionamiento del individuo, acompañado por nuevas pautas y nuevos accionares como consecuencia del desmoronamiento de las agencias colectivas. Éste será el gran problema que aquejará al individuo de la modernidad líquida.
Esto nos dirige al tema de la emancipación, que es el primer punto que Bauman utiliza para describir esta etapa histórica que nos atraviesa. Bauman va a decir que la asignación de roles a los miembros de la sociedad es una marca de origen de la sociedad moderna, pero este proceso de individualización va asumir características particulares dentro de la modernidad líquida. Por individualización, Bauman comprende que ésta consiste en transformar la identidad humana de algo dado en una tarea, y en hacer responsables a los actores de la realización de esta tarea y de sus consecuencias. En otras palabras, consiste en establecer una autonomía de jure (haya o no haya sido establecida también una autonomía de facto). La modernidad temprana desarraigaba para poder arraigar y la obligatoria autodeterminación y autoidentificación se redujo a vivir “fiel a su clase”, de adecuarse a los tipos sociales de clases emergentes y modelos de conducta, de imitar, de seguir un patrón. Bauman, en este sentido, sostendrá que la división de clases fue una consecuencia del acceso desigual a los recursos necesarios para hacer posible esta autoafirmación.  En esta coyuntura, las personas dotadas con menos recursos, debían compensar su debilidad individual con el poder de la cantidad. Es así como el accionar colectivo se constituyó en un medio para la autorrealización. Más allá de esto, la labor dejada a la autoafirmación de la mayoría de los individuos era la de “encajar” en el nicho que se les había asignado, comportándose tal y como lo hacían los otros ocupantes.
Esto es precisamente, va a decir Bauman, lo que diferencia la individualización de antaño a la forma que ha tomado la individualización de la modernidad líquida. Ahora no existen espacios donde rearraigarnos, y en cuanto esos lugares son buscados por los individuos, los mismos van cambiando en cantidad y en ubicación,  lo cual resulta en un arraigo efímero y volátil que quiebra toda expectativa de un rearraigo definitivo y durable. El resultado de estas cuestiones es la privatización de la modernidad, donde la construcción de pautas y responsabilidades del fracaso caen sobre los hombros del indviduo. Como dirá Bauman, parafraseando a Beck, “el modo en que uno vive se vuelve una solución biográfica a las contradicciones sistémicas”. En resumen, lo que se está produciendo es que se ensancha la brecha entre la individualidad como algo predestinado y la individualidad como capacidad práctica de autoafirmarse.
Acá entonces surge la pregunta acerca de porqué no es posible marchar  codo a codo, originar una condensación de las preocupaciones individuales en intereses comunes y dar lugar a una acción conjunta. Por un lado, esto se responde a partir de la idea de que los problemas individuales no son aditivos, no se dejan formar en una causa común. “Lo que uno aprende del contacto con otros es que la única ayuda que nos pueden brindar es el consejo de cómo sobrevivir en nuestra irredimible soledad, que la vida de todos está llena de problemas que deben ser combatidos en soledad.” ¿Quizás el auge de los libros de autoayuda puede ser entendido en esta clave que propone Bauman, no? La misma denominación que recibe esta literatura lo manifiesta. La solución de las cuestiones que inquietan al hombre no se encuentra en su medio ni en su entorno, sino en  lo profundo de la persona, haciendo prescindible toda ayuda del otro. 
Este problema de irremediable soledad nos conduce  al segundo tópico que plantea Bauman y que se refiere al tema de la individualidad. Frente a esta ausencia de puntos de orientación estables que mencioné anteriormente, tiende a primar un sentimiento de incertidumbre, no una incertidumbre con respecto a los medios adecuados para alcanzar un fin predeterminado, sino un sentimiento de incertidumbre con respecto a los fines buscados. La tarea se encamina, entonces, a elegir entre un abanico infinito de fines y oportunidades, que una vez alcanzados, se vuelven obsoletos y dan pie para continuar en búsqueda de nuevos fines. Frente a este mundo repleto de posibilidades como gran un banquete apetitoso, los invitados al almuerzo se presentan como consumidores que deben elegir entre las muchas comidas al alcance. El problema de esto es que una vez digeridas las comidas volverá a aflorar el sentimiento de incertidumbre que deberá ser consolado con la búsqueda de certeza en nuevos productos. Esto provocará que la compulsión a comprar se convierta en el arma frente a la angustiosa existencia incierta e insegura que nos depara la modernidad.  Es una especie de rito de exorcismo a través del cual nos liberamos de nuestras inquietudes. Algo que no menciona Bauman en este punto, quizás porque no es un objeto de su incumbencia, es que la moderna compulsión por el consumo no puede ser separada de las transformaciones que operan en el seno del capitalismo y que tienen que ver con la ampliación del mercado y de sus ámbitos de actuación. Sin un mercado que nos ponga al alcance de nuestra mano nuevos productos, constantemente regenerados y de los más diversos tipos, esa compulsión por la compra se vería mitigada.
Siguiendo con el análisis de Bauman, sus planteos acerca del proceso de individualización y de la caída de las acciones colectivas nos conducen al tópico de los espacios públicos en la era moderna. Bauman sostiene que la vida urbana se desenvuelve en una serie de espacios  cuya principal característica es que no instan a la interacción entre sus congregados, quienes se comportan individualmente, y en donde no se producen asentamientos, sino solo un paso temporal y efímero por los mismos. En algunos de estos espacios, como por ejemplo los shopping, o como los denomina Ritzer “templos de consumo”, se da una especie de traslado en el espacio, donde se genera la sensación de ser transportado a otro mundo y donde se da la combinación perfecta entre libertad y seguridad. Los viajes a estos templos representan un viaje a una anhelada comunidad que no se encuentra en “el afuera”. Los individuos que acuden a él conforman aglomeraciones, no totalidades, unidos por la compulsión de comprar, que se constituye en un fin en sí mismo
Para no extenderme demasiado, explicaré brevemente los dos puntos que me quedan acerca del libro. Para entender las transformaciones que operan en el trabajo podemos remitirnos a las mutaciones que experimenta el orden capitalista. Como señala Pipitone, a partir de los años setenta se va dando una decadencia de las actividades industriales que durante dos siglos fueron consideradas como la materialización del espíritu del capitalismo. La disminución de los altos rendimientos de las actividades de la industria con respecto a ciertos sectores de servicios obligó a un decidido proceso de reajuste y de transformación de la manufactura. De este modo, el carácter pausado y con cautela de los comportamientos tradicionales deja de ser garantía de solidez para ser un peligro de rigidez. Así, sostiene Pipitone, la adaptación al cambio pasa a ser una cuestión de vida o muerte. En tiempos de la modernidad sólida, sostiene Bauman, la garantía del beneficio se encontraba en las fábricas fordistas, con sus grandes instalaciones y con sus movimientos completamente mecanizados y ordenados, en las cuales existía una cadena invisible que unía a los trabajadores con su lugar de trabajo. La comunión entre capital y trabajo era necesaria para la supervivencia de la industria. No es extraño, dice Bauman, que la rearticulación entre los mismos haya sido preocupación del Estado, y como dice Offe, que el Estado de Bienestar se haya convertido en la fórmula pacificadora, en un compromiso de clase, que, cabe destacar, más tarde sería la propia fuente originaria del conflicto de clase. Esta vinculación del trabajador a un espacio, vinculación duradera (se suponía que el trabajo sería de por vida), es lo que se desvanece durante la modernidad líquida. Así, el lugar de trabajo ya no puede ser un ámbito donde autoafirmarse ni fijar identidades y proyectos de vida.  De este modo, el sentimiento de incertidumbre aparece nuevamente en la vida laboral.
Para finalizar, Bauman plantea la cuestión de las comunidades de guardarropa, las cuales también se encuadran en la metáfora de lo sólido/líquido y que tienden a ser volátiles, transitorias y con un solo propósito. Estas comunidades necesitan un espectáculo que atraiga el mismo interés de diferentes individuos para reunirlos durante cierto tiempo. Los espectáculos, como condición de existencia para una comunidad de guardarropa, no fusionan los intereses individuales en un interés grupal y se ofrecen como un respiro temporario del tormento de la solitaria lucha cotidiana.
Concluyendo, quería plantear el tema de cómo hacer para resolver las contradicciones que nos plantea la modernidad líquida, si es que se puede. En este sentido quería retomar la idea de Bauman sobre el concepto de ciudadanía y plantear su necesaria recuperación. Como decía Tocqueville el individuo es el enemigo número uno del ciudadano. El ciudadano es aquel que procurando su bienestar individual contribuye al bienestar general de la sociedad donde vive. Sería utópico plantear una sociedad con individuos altruistas únicamente preocupados por el bien común. Partiendo de esta premisa es que me parece que la necesaria tarea que nos convoca, para mitigar la brecha entre la libertad de autoafirmación y los mecanismos que la hacen viable, es la resignificación e involucramiento en el espacio público, como modo de reedificar las agencias colectivas perdidas.

jueves, 13 de marzo de 2014

La nueva educación

Los fracasos del sistema educativo son evidentes. Más allá de algunas experiencias exitosas aisladas, las mutaciones que ha experimentado la sociedad en sus últimas décadas nos conducen a un inevitable (re) planteo sobre las bases en que se erige la enseñanza. La disociación entre un actual sistema educativo que tuvo su génesis dos siglos atrás, y la complejización y aceleración de la vida social constituye un desajuste fundamental en lo que hace a la calidad de la enseñanza.

A mi parecer, la creatividad y la innovación del aprendiz deben elevarse como objetivo fundamental a la hora de pensar en los nuevos modos de la educación. Aquí comparto unos videos que pueden, quizás, despertar fértiles interrogantes al respecto.

http://www.lanacion.com.ar/1619525-los-mejores-videos-para-inspirar-a-los-docentes?sitio=desktop